Bebí hasta quedar borracha buscando deshacerme de la sensación de tenerte dentro de mí haciendome cosquillas. Y tomé y tomé y no paré hasta que ya no sentí nada y a esto, por un tiempo, le llamé Paz.
La anestesia, ahora sin efecto, descubrió que, siguiendo su instinto y como cualquier ser vivo, los ciempiés pelearon por sobrevivir. Ya no corrían, pero aun hormigueaba al menor movimiento de sus metámeros. No recuerdo quien fue que dijo que la paz se conserva con guerra, algún politico americano sin duda. Antes tus ojotes incredulos encendí un fósforo y me lo tragué.